En lo que creo (J.G. Ballard)

"Creo en mis propias obsesiones, en la belleza del choque de autos, en la paz del bosque sumergido, en la excitación de un balneario desierto, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos para coches de varios pisos, en la poesía de los hoteles abandonados"

miércoles, 25 de mayo de 2011

Brevísima pelada de cable en el aburrimiento total del laburo.


Ill Giusepe bien podría ser una tienda de zapatos, una tratoría, una pizzería o una cordonería. Para mí ill Giusepe es el nombre íntimo del mafioso más cabrón de Nápoles, Sicilia y  el barrio italiano de Nueva York “La Pequeña Italia”. Digo íntimo, porque públicamente se llamó Salvatore Rina, apodado “La bestia”, o a veces “El corto” en razón de su pequeña estatura. En siciliano: il brevísimo.

Salvatore Rina fue el nombre artístico que le permitió desarrollar una importante carrera criminal, asesinó personalmente a unas cuarenta personas y se cree que ordenó las muertes de otras mil. Así con la cultura occidental, todo es una carrera, todo una competencia. A su familia la conocieron por “El cíclope del mal de ojo”. O “Donde pone El ojo pone la bala”, ¿les suena?

Rina tenía gustos excéntricos, privados, torcidos y malolientes. Un botón de ello: informado de que Pier Paolo Pasolini comenzaría a rodar Saló –Los 120 días de Sodoma-, busca audiencia con el afamado director comunista y a punta de amenazas, llamadas a la familia, torniquetes y torturas chinas -como el tradicional aplique de palo de fósforo entre uña y carne, hasta lograr la deseada infección y la caída del meñique- consigue el mítico papel del sacerdote cariñoso, sádico, sodomita, zoófago, necrófilo y busca pleitos, alias “el Pappa”. Como no tuvo el reconocimiento esperado, encargó la muerte del director a uno de sus amigos de infancia, amigo que, entre otras suspicacias, le conocía las mañas y costumbres más atroces, como limpiarse la raja con la mano de su primera víctima; una mocosa de 11 años que en la escuela le llamó chicoco, en el coa de la Cosa Nostra: chi loco.

Es preciso dar cuenta de la contradicción vital que aquejó el ano de Salvatore. “La bestia” proviene de la familia corleonista, un sucedáneo transgénico de las familias De Niro y Paccino, por ello su afición cursilínea y sensiblera a las artes escénicas. Comentaba su amigo de infancia, Il Bambino Due, que Chis loco, escenificaba distintos personajes históricos y distintas actrices Milanesas junto a sus amantes y animales más cachondos. Versiones que le fascinaban “Nerón y sus gatitas” en la que la distinguida Chicholina era una gata siamesa que perdía la cola atacada por una alergia a los preservativos de marca Diadora, también recordaba la brevísima aparición de la novel Lucía Iriart en la versión con gafas oscuras de “Cleopatra y la serpiente cunnilingus” y, por supuesto, la más repetida de todas -hasta el cansancio-, “Pinocho nariz de zanahoria perseguido por el burro de tulísima gigantísima”. Un clásico de sus encuentros zooficos en el barrio gótico de Triestre.

No bien pasaban los años “el Corto” fue decayendo en perversiones sexuales y en participaciones millonarias con la industria del retail y el negocio inmobiliario, estrategias exitosas de las cuales fue pionero en lavado de dinero. Por el contrario la misma vejez y la creciente locura senil le reportaron deseos tánicos irreversibles de asesinatos e ingobernables ganas de dar sufrimiento al otro hasta provocar su fin, es decir lo que antes fuera cacha y muerte, en sus últimos años fue sólo muerte.

Su vida no fue pública ni privada, sino prohibida.

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