En lo que creo (J.G. Ballard)

"Creo en mis propias obsesiones, en la belleza del choque de autos, en la paz del bosque sumergido, en la excitación de un balneario desierto, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos para coches de varios pisos, en la poesía de los hoteles abandonados"

viernes, 29 de abril de 2011

Deltas, piqueros y el mapa mundi de tío Richy y Mama Chela.



Esto pasó hace décadas o años. Este recuerdo se conserva como dijera Miguél Bossé: como peces de hielo en un wisky on the roc. De chico las visitas a la playa eran invernales, frías y nubladas. Soy lo que soy porque no conocí Reñaca en verano ni Tongoy ni las Cruces ni Cartagena. Del sur también me salvé de Pucón, un reñaca sin argentinas y con dos semanas de lluvia. El verano y el calor lo capeábamos en el sur metidos en un río o jugando marco polo en la infinidad del lago Ranco.

Mirasol, playa norte de algarrobo, Julio de algún año, puede ser de los ochenta, puede ser de los noventa. Se estacionaba el auto en el estacionamiento de autos –que luego sería el lugar donde tomar la piscola caliente y luego el mirador y luego el motel y luego nuevamente el estacionamiento- y madre comenzaba a bajar canastas de picnic junto a mi hermana.  Al mismo tiempo, tal vez sin que el auto se detuviera todavía, Pablo,  inquieto y odioso de viajes en auto,  ya estaba sin zapatillas corriendo detrás de alguna pelota de fútbol. El futbol en la playa se juega sin zapatillas y sin calcetines –ojo con el libro de las prohibiciones, la playa y sus variantes merecen un chapter único, los calcetines también-. El entre tiempo lo gastábamos jugando a saltar y romper esas pequeñas murallas de arena que forma la marea durante la noche, nos divertía la sensación de estar sobre una superficie que luego se derrumba.  El tiempo hizo que dejara de ser divertida. 

En otras dimensiones he visto escenas memorables. Grandes saltos al vacío en Acapulco o escenas fantasy de James Bond apretando cachete de la mafia rusa o la KGB, arrojándose al precipicio azuzado por ráfagas de metrallas AK. Puede haber sido la SS o la misma Stassy, en fin para el ideal yanqui que nos representa continentalmente es la misma huevada. Pero la mejor de las imágenes se la comentaba a nuestro querido Cris en carta que se azarosamente cayó en manos equivocadas y  sin más terminó ardiendo en la hoguera. El río Ganges -agua sagrada de la India-, uno de los más grandes del territorio asiático, desemboca en el océano índico de una manera particular que les recordará la clase de geografía que siempre fue subyugada por la de historia universal y sus diversas formas americanistas de la cazuela. El río desemboca al océano en una lógica delta. Se expande en diversos brazos, transformándose en cientos de pequeños ríos que acceden al oceáno pantanosamente, estancadamente.  Aquí el territorio ya no es de la India sino de Bangladesh. Su pueblo en una suerte de ceremonia o acción de higiene comunitaria se baña en masa en sus costas, las que al igual que mi recuerdo playero tiene esa suerte de quebrada o muralla de la cual no queda orilla, por lo que el acto es un clásico salto al vacío -pueden ser incluso unos 4 metros de altura- que realiza no sólo el joven mocetón abacanado sino la abuelita, el niño y la mamá con su guagua en brazos. ¿Qué pasa con los maricas cómo yo? Ni idea.

Sobre la misma, en el mismo Delta del Ganjes se encuentra la población más Brígida de tigres de bengala –¿qué relación guarda el tigre con la bengala de los barras bravas?- . La gente: en su pobreza, los bangladeshos, viven de la miel -le dicen el oro- que extraen de los bosques que sobreviven las inundaciones y sequías del territorio entre un brazo del río y otro. Es uno de los trabajos más peligrosos del mundo. Mueren más de 130 bangladeshos al año a causa de mordidas y ataques de tigres que se esconden a raya entre el barro y el ramaje del bosque. Nada mal para ser un grupete de felinos con uñasgarras y dientessables.

No olvidar la trucha salmonídea y sus avatares contra la perca y el lastimoso pejerrey argentino que es de lo más penca que le hemos cargado a los lingotes de oro hijitos de la ahora viuda de K.

En la nueva cocina de mi comadre Paula y de tío Richy existe tamaño mapamundi impreso o pegado a la pared, un muro no menor al cuatro cuartos, tres por tres y todo al cubo en raíz cuadrada cua(n)tica. Un mapa mundi, que como globo terraquio regalado por abuelo, lo hace a uno soñar. Si se para uno de pié frente a él, a la altura del ombligo justo frente a la pelusa -a veces grisácea otras azulina según la comida- se encuentra el Delta y puedes alucinar con el Sandokán de Malasia que debe haber enfrentado estos tigres y saltado al agua higiénicamente  a poto pelado.