En lo que creo (J.G. Ballard)

"Creo en mis propias obsesiones, en la belleza del choque de autos, en la paz del bosque sumergido, en la excitación de un balneario desierto, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos para coches de varios pisos, en la poesía de los hoteles abandonados"

miércoles, 15 de diciembre de 2010

En Navidad vestirse de monja también resulta


No hay como andar disfrazado de viejo pascuero. Los grados de respeto y sorpresa y asombro que te entrega la gentecita transeúnte son comparables a la ilusión de autoridad de un alcalde que se cree el hoyo del queque en tesito con el club de adulto mayor “los años dorados”. El poder de la blanca barba es peligrosísimo, entran ganas de mandarse un pato yañez frente a una comisaría o de peñiscarle el cachete izquierdo a la secretaria ejecutiva del puto banco chile que me debe al menos un wisky de regalo para fin de año. Lo digo porque lo sé. En los años universitarios financiaba el regalo a padre, madre y polola de turno –siendo más honesto y menos abacanado, la polola fue una y le escribía unos poemas enteros plagiados onda parchework que le gustaban pero no tanto-. Como les mentía, retomando, me ganaba buenas lucas a punta de representación pascuera en familia monárquica latifundista aliada de las FARC del gran amigo abogado te defiendo cuando estés en problemas vernácula.  Las acciones diseñadas en el guión familiar se torcían inmediatamente, se truncaban el mismo día 24 pasada las 16 hrs. El plan maestro se distorsionaba apenas los 30 grados de calor me llegaban al cerebelo arrancando del algun mol atiborrado de seres humanos pacientes y lindos del área completamente perfumada de la envoltura de regalos. Nunca cumplí mi rol, nunca fui lo que me pidieron: un viejo pascuero a cabalidad. En una de esas fotos guarras del viejo con los niños, la hermanita menor me dice: me engañas yo se quién eres. Un clásico que no aparecía en el guión pero que formaba parte tácita del contrato era fumarme un porrazo antes de la actuación. Nunca recordé cómo eran los cantos navideños ni las oraciones religiosas que confunden a los niños entre regalo y regalo enchufándoles un rito sacro en la geta. "Viejo pascuero, porqué no rezamos el padre nuestro", chucha ¿y eso que tiene que ver con Falabella? La acción comenzaba disfrazándome en departamento vernácula. Traje piñufla, barba piñufla. Almohadas en la panza y el zapato de mejor calce para los fines santa closanos. Salir del departamento detrás de todo ese ropaje era lo más entrete que hay, mirar a los pendex bien vestidos con bermudas y camisas mantel, los brothers peinados al cachetazo en ese verano sin nieve ni pino ni ninguna porquería yanqui, verlos horas antes de la misa de la gallina picúa, en fin... el contexto compañeros. Era para rayarse la cara de los pequeños arcángeles. Era para chiflarse y no volver a ser yo, el otro. Miraban con ojos de sapo y uno si andaba amoroso les regalaba un jojojo travesti de vos impostada. Si andaba de mala el obsequio llegaba desde el dedo vecino del anular, el del spaider. En el auto no faltaba ver al pascuero fumando un pucho, con anteojos de sol y música a todo cañón. Un pascuero rolinga. Faltaba la viejita eso sí. Siempre fantaseé con la misma escena: abuelo performatico e irreverente le mete mano a viejita vestida con mini roja satín.


Vestirse de las carmelitas también resulta. Es chistoso y sanamente recomendable, juegue a ser un santo hijo de puta. La gayá no entra en detalles, se queda en la silueta y la forma. Ni pescan que la monja weona ande con barba y piernas peludas (con cicatrices futboleras de tiempos lejanos, muy lejanos). Esa actuación nocturna fue pasadita los límites de la racionalidad y el juicio crítico del tiempo y el espacio psiquiátrico del doctor Van Helsing y su cómplice el señor Otto Dor, un robin del sexo con pastillas en el chiquitín.  La hermana Rosa y sus sacristanes dejaron la previa vip del limbo con tutti cuanti. La monja sedienta media tembeleque pide no terminar la función y se baja en El CIELO con la lengua llorando un ave mayo. El día de la bestia. El día de Sor Rosa fue pirotécnico. Recuerdo el baile con la punta del pié y la sotana o como se llame bien arremangadita para que no se interponga en el twisteo desquiciado que propiciaba el espíritu santo tan abominable que me tentaba como mi amigo el demonio que a veces llora en su depresión profunda provocada en la última confesión con su maestro Karadima  a quién le rogaba una donación por la necesidad de braseros para pasar el invierno en la JUNJI con la vieja coluda buena pa gozar sticky finger detrás de la virgencita que se llevó de la casa suya para la oficina como me dijo a mi su nana que está tan contenta con ella porque la invitó a las rocas de santo domingo todo enero y todo febrero al lago ranco a la casa de al lado del presidente que va andar en moto y a caballo al mismo tiempo mientras sus hijos juegan fútbol contra los peones del campito y yo feliz porque sino no iba a tener vacaciones ni mucho menos. Recuerdo caerme de raja y mostrar los boxers coco afuera muerta de la risa como solo nosotras las hermanas sabemos reirnos. Recuerdo el auto y el paco que nos detuvo, recuerdo el parte que no pudimos pagar por estar fuera del sacerdocio. Recuerdo el trío infernal dando las ultimas caladas al piticlin mañanero en el cerro de los aviones a papel, vuelta la espalda a la ciudad esperando los primeros rayos del hachazo que te puedo encargar a ti don corleone. 

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