Le decían el Aspirina. Era un dolor de cabeza. Según el comisario sus asesinatos presentaban dos rasgos distintivos: fracturar la rodilla derecha y enviar cartas con sentidos pésames a los familiares de sus víctimas. El mismo comisario aventuraba explicaciones hipotéticas respecto del afán de doblar piernas derechas y dejarlas mirando en sentido opuesto. La hipótesis que recuerdo era la del hermano mayor que quiso ser futbolista y practicaba con él, fantaseando con distintos escenarios y situaciones posibles. Llegó la hora de la ficción, su equipo se encontraba en desventaja, 9 contra 11, resistían el cero y debían mantener el resultado, no importaba que le expulsaran. Aspirina, de un momento a otro, se convirtió, al menos para el mayorcito, en el wing habilidoso que todo defensa uruguayo quiere destrozar. Todavía con la pierna rota se dio maña para golpear el rostro de su hermano una y otra vez, tomó su cabeza y la azotó contra el árbol que por momentos era el vertical más lejano del arquero. La costumbre de enviar cartas de condolencia comenzó tristemente con su madre.
Marzo: Revista Lecturas
Hace 13 años
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